Huellas

Existen los pequeños momentos, los instantes. Esa porción de tiempo que vivimos intensamente, y que recordamos por siempre. Segundos, o tal vez minutos, que repetimos una y otra vez en nuestra mente hasta convertirlos en horas, eternizando lo efímero.

Un buen recuerdo es la capacidad que tenemos para convertir algo que puede no ser bueno en algo que puede llegar a ser fantástico. Prueba de ello es la primera vez que vas al colegio, que aunque a primera hora de la mañana llores porque no quieras separarte de tu madre, antes de irte a la cama ya estás pensando a qué jugar mañana en el recreo; o tu primer beso con esa persona especial, que aunque fuera diferente, o raro, siempre te hace sonreír si piensas en ello.

Creamos una montaña de un grano de arena, tanto para lo bueno como para lo malo. Tomamos una dirección opuesta, norte o sur, oeste o este. Y la vida, a veces, no es blanco o negro. A veces existe el gris. Existe darle a las cosas la importancia justa. Existe el no ver más allá de lo que realmente pasa. Existe el fijarse en los detalles, el pararse en seco en mitad del camino para ver cuánto llevas recorrido, y no cuánto te queda por recorrer.

La vida es eso. Darse cuenta de las cosas que has logrado a lo largo de ella, de lo que has conseguido por ti mismo, de las oportunidades que has aprovechado o que has dejado pasar y no te ha importado, de las personas que has conocido y de las que has dejado de conocer, de las caídas y las recaídas, de las subidas más inesperadas, de las metas que has ido coronando. Darse cuenta de las huellas en el camino, de tus huellas. Las únicas que marcan dónde has estado, y dónde vas a estar siempre. Las huellas que nadie podrá borrar, para bien o para mal; las huellas que has ido dejando, y que los demás han querido que ni el viento ni la lluvia tengan fuerza suficiente como para borrarlas.

Pero, ¿qué son las huellas sino pequeñas marcas que desaparecen, pero que repetimos una y otra vez en nuestra mente, en nuestro corazón, hasta convertirlas en eternas?